“Los
llaman biocombustibles para dar sensación de vida, pero es muerte”
Así de tajante ha sido el exministro de medio
ambiente de Paraguay, Óscar Rivas, sobre un tema de actualidad, como es la
producción de biocombustibles.
Este
artículo de Pablo Linde en El País no es más que otra nueva declaración
cortante, de las muchas que se suceden, sobre el tema. Estamos hablando de cómo
el cultivo para producir biogasolina en los países ricos afecta al estómago de
los países pobres.
Realmente
no existe una clara evidencia de que la producción de estos biocombustibles a
partir del maíz o la remolacha sean los causantes originales de las crisis
alimenticias, aunque sí se comportan como claros agravantes.
En
otras palabras, si sube el precio del barril de crudo, sube el precio de costes
indirectos en las actividades agrícolas por el aumento del coste en
fertilizantes y en combustible. Eso, ya de por sí, hace más caro el alimento,
pero si le añadimos que cuanto más caro es el combustible más rentable es
producir bioetanol, el efecto es aun más devastador, pues el granjero puede
decidir que sea más rentable dedicar sus hectáreas de maíz para vender a
biorrefinerías que para hacer deliciosas tortitas.
Como resultado, el precio del maíz sube.
El
tema no es baladí. El mundo occidental tiene la espada de Damocles sobre su
cabeza, llamada dependencia energética. Sin el petróleo de oriente próximo o el
gas Ruso, Europa está seca. Por lo tanto no es de extrañar que la palabra
“autonomía energética” saque un brillo especial en los ojos de los políticos en
Bruselas.
Más
ahora que nunca cuando estos países se ven inmersos en conflictos políticos, o
incluso bélicos, sin mencionar la preocupante situación en Ucrania, que ya se
verá hasta donde afecta a las importaciones de recursos energéticos a la Unión
Europea desde Rusia.
Siendo
los combustibles tradicionales un arma de doble filo para combatir este
problema, una alternativa en la actualidad son los llamados biocombustibles de
segunda generación, que podríamos describir rápidamente como “obtener etanol de la madera y la paja”.
En otras palabras, conseguir autonomía
energética pero sin jugar con la comida.
Suena un poco a ciencia ficción, pensareis, o que
se trata de pruebas de laboratorio que dentro de 10-20 años verán la luz, pero
resulta ser una tecnología mucho más a corto plazo de lo que parece.
De
hecho, ya existen plantas piloto en Europa que están investigando y probando
esta nueva vía, como La planta de Babilafuente, propiedad de Biocarburantes
Castilla y León, en Salamanca, que emplea los desechos agrícolas, como la paja,
para producir bioetanol, o las instalaciones suecas de Örnsköldsvik, donde
apuestan directamente por obtener bioetanol de la madera.
Chequeando el siguiente enlace uno se sorprende
de la cantidad de proyectos puestos en marcha al respecto[1]
El
problema de enfrentar estos dos modelos de producción es el problema de
comparar una tecnología madura y contrastada, como es la de bioetanol de
primera generación, con una tecnología en fase de desarrollo, como es la del
etanol celulósico. Es decir, los costes de producción son bastante más elevados
en la alternativa que en la tradicional.
Sin embargo, las ultimas noticias apuntan (y en
cierto modo, completan las predicciones de la EISA) que para 2016 esta
tecnología estará en condiciones de ser competitiva.[3]
Estaremos atentos a los futuros acontecimientos.
[1] http://en.wikipedia.org/wiki/Cellulosic_ethanol_commercialization
[2] http://www.agmrc.org/renewable_energy/biofuelsbiorefining_general/proposed-biofuel-mandates-for-2012-and-the-blend-wall/
[3] http://about.bnef.com/press-releases/cellulosic-ethanol-heads-for-cost-competitiveness-by-2016/
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