
La
primera vez que escuché el término líquido
iónico me llamó poderosamente la atención. Mi mente de ingeniero químico
novato dispuso una típica imagen de un disolvente líquido, por ejemplo, unas siempre
socorridas moléculas de agua pululando por el espacio, con iones, tanto
negativos como positivos, en su seno.
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